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Era Nochebuena y una encantadora calma se había apoderado del pueblo del norte de Suecia. Cuando Emily se despertó al amanecer y se asomó a la ventana cubierta de escarcha, el corazón le dio un vuelco: ¡Estaba nevando! Por fin había llegado la primera nevada del invierno, transformando el mundo exterior en un paraíso invernal. Los delicados copos blancos se acumulaban en el exterior, cubriendo todo el pueblo.
La casa roja con ventanas de marcos blancos donde vivía Emily se alzaba a las afueras del pueblo, acurrucada entre los abetos que ahora parecían vestir la nieve como un manto festivo. El aroma del azafrán sacó a Emily de sus sueños y la guió hasta la cocina. Allí estaba su madre, trabajando con esmero para preparar lussekatter, los bollos dorados con sabor a azafrán que tanto le gustaban. Su madre siempre horneaba estos dulces bollos suecos el día antes de Navidad, una tradición que Emily esperaba con tanta ilusión como los regalos que aguardaban bajo el árbol.
"Buenos días, corazón", le dijo su madre acariciándole la mejilla y saludándola para darle los buenos días. La cara de su madre resplandecía con el calor de la estufa cuando le dio a Emily una taza caliente de cacao, y Emily la puso entre sus manos, saboreando su dulzura. Era su taza favorita, decorada con una cita de la escritora sueca Astrid Lindgren: "Sí, creo que la esencia de la vida es el amor". Emily leyó las palabras en voz baja para sí misma, sintiendo que habían sido escritas justo para ese momento.
"¡Es hora de elegir el árbol!" indicó el padre de Emily, apareciendo por la puerta. Hacía tiempo que era una tradición navideña para los tres: cada año se abrigan contra el frío, cogen el viejo trineo de la leñera y salen juntos, sobre la nieve, a elegir el árbol de la familia. Con la bufanda tapándole la nariz, el padre de Emily les hacía reír mientras resoplaba del esfuerzo, tirando del trineo. El bosque yacía en silencio bajo su manto de nieve, y los únicos sonidos son el crujido de sus botas y su suave parloteo mientras se adentraban entre los árboles. Por fin lo encontraron: el árbol perfecto, alto y lleno, con ramas que pedían ser decoradas. Juntps lo colocaron en el trineo y emprendieron el camino de vuelta a casa, con las mejillas sonrojadas por el frío y la respiración entrecortada. Emily juntó su mano con la de su madre. "Este es mi día favorito del año", dijo con una voz suave.
De vuelta a la cabaña, la familia no perdió el tiempo. Emily ayudó a su madre a desempaquetar cuidadosamente los adornos, cada uno con encantadores diseños coloridos que brillaban con la luz. Con cada adorno, el árbol se volvía más mágico. Cuando por fin su madre conectó las luces y un suave resplandor dorado se extendió por toda la habitación, Emily entrelazó las manos con alegría. "Es el árbol más bonito que hemos tenido nunca", afirmó.
Había caído la noche cuando la familia se acomodó en el sofá del salón. El fuego estaba encendido en la chimenea y el olor a lussekatter recién horneado llenaba el ambiente. Sobre la mesita, una bandeja con glögg calientes y bollos dorados. Emily acomodó las almohadas y se envolvió en una manta. Se acurrucó junto a su madre mientras su padre abría un viejo ejemplar del libro navideño favorito de la familia y empezaba a leer en voz alta. Su voz recorrió la habitación, dando vida a los cuentos navideños.
Aquella tarde, Emily estaba sentada junto a la ventana, con su taza favorita llena de nuevo del cálido aroma del cacao, y observaba cómo los copos de nieve seguían cayendo suavemente del cielo. Las casas vecinas resplandecían con la cálida luz de las velas y las luces de las hadas, y ella se emocionó con la encantadora escena cubierta de nieve, mientras se embaucaba en sus pensamientos por lo que le depararía el día siguiente. Acercó la taza y volvió a leer las palabras que le eran familiares: "Sí, creo que la esencia de la vida es el amor".
Encontrarás la receta de Lussekatter aquí: Pasteles suecos: Bollos de Canela, Semlor y Lussekatter
Fotografía: Elof Martinsson, Design House Stockholm